domingo, 2 de mayo de 2010

Todo sucedió tan rápido que ni se dío cuenta. Aquella mañana, la señora Remedios se levantó de su cama y desayunó un café con leche y una tostada de aceite, en la cafetería de al lado de su casa, como solía hacer todos los domingos despúes de la muerte de su marido.
Le pidió un periódico al camarero y se encendió un pitillo. A ella le gustaba leer el ABC, que era el periódico que solía leer su marido.
Empezó a leer una noticia sobre política, le interesaba mucho los temas de la política del país. Cuando joven, le hubiera encantado estudiar algo relacionado con la política o con la botánica, ya que le encantaban las plantas y, por eso, tenía muchas. Pero por circunstancias de la vida no pudó.
Llegó a su casa, y cogió a su perrita Sissi y le pusó el collar y la correa que le había regalado su hija, la mayor.
La señora Remedios y su perrita, pasearon por la calle de la panadería, en la que estuvó trabajando de panadera, durante años.
A las siete, regresaron de un duro y largo paseo. La señora se sentó en su sillón con su perrita, encima de su frágiles y debilitadas piernas; se colocó una manta encima y empezó ha acariciarla (a su perrita). En ese momento, la señora Remedios, empezó a quedarse dormida hasta que dejó de respirar.
Ella no sabía, que esta mañana sería la última (vez) que desayunaría en la cafetería de al lado de su casa, que leería esos artículos de noticias de política que le encantan y que sería la última vez que le daría un paseo y acariciaría a su perrita Sissi y menos, que no se despidiría de sus hijos; pero lo único que le tranquilizaba era que volvería a encontrarse con el amor de su vida, su marido.

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